martes, 21 de junio de 2016

Amor a primera, segunda, tercera y póstuma vista.

Hoy he recubierto las heridas con un poco de tela vieja. Tela de esa que duuuuuura, mucho, por ser vieja. Rebuscando en el fondo de mi alma pude encontrar un poco, mas bien bastante, de sentido emocional. Se lo que se, se lo que siento, se lo que es entenderse por dentro. Y me encuentro así. 
En el pozo de la incertidumbre que es el inconsciente hay más verdades que agujas en el pajar. Mucha paja, muchas agujas. Pero estas son de plata, brillan como un fuego nunca extinto, como las cenizas de Pompeya. Es la convicción de saber que no sientes un capricho, sientes un todo complejo e irrevocable como el torbellino de las Azores. 
Muertas las dudas del colapso sentimental, la interpretación es sencilla, pues al reencontrarte con la verdad anímica que llevas intrínseca, llegas al axioma mismo de tu sentir. Siempre lo he sabido. Siempre he entendido que es más que eso que se conoce como confianza, que eso que se conoce como comodidad. Es algo que raya en el incorruptible amor a primera, segunda, tercera, y póstuma vista. El amor del poeta hacia la pluma, o del Catón hacia la infinita verdad del fondo del garrafón. Esto es el quemor del saber que es lo que buscas, es el relámpago que sale del choque entre las dudas del incurable romántico, y del axioma sentimental que siempre ha conocido como suyo, y que ha terminado enterrando bajo capas y capas de fango indiferente. Suerte es conocerse a uno mismo como para querer buscar la verdad por encima de todo. Por querer jugarse las cartas con el destino, por evitar los desatinos que llevan a la seguridad por encima de la vida. Es pericia el valor que se exhibe por luchar contra lo pragmático, e integrarse en la profundidad de los tan reprimidos sentimientos siempre cuestionados por uno mismo. 
Siento a corazón roto, lloro y sangro contra la corrupción de las ánimas por el sentido de vivir, el que nos propone este mundo de vívoras cabezas huecas, que entienden como único su sentir por encima de la pluralidad de las almas. Por ello, me rebelo contra la dictadura social que establece el pragmatismo sentimental. Atacaré siempre sus argumentos sofistas, y me quedaré con mi Idea de sentir, con mi axioma romántico, que defiende mi concepto y decisión de amar a quien he visto y sentido como amor a primera, segunda, tercera, y póstuma vista.

miércoles, 8 de junio de 2016

Dialéctica como naturaleza.

Últimamente consigo dormirme sin escribir, ni leer. Qué vacío se vuelve todo entonces. No tengo entonces ni mi desahogo de emociones, ni mi interruptor de pensamientos. Quizás no me esté acallando en silencio el dolor. Quizás no necesite algo que desactive mi conciencia. Quizás por fin esté en calma.
Qué aburrido es vivir sin pesares. O que aburridos son mis pesares ahora. No lo sé, ya no soy ese torbellino inmutable de sensaciones, ese terremoto de multiplicidades y dualidades, y dudas. Ahora puede que haya encontrado la madurez de espíritu. Joder, que bonito suena. Madurez de espíritu. Diablos, ni loco. Soy un apasionado de los sinsentidos. Son un vividor frenético de los instantes. Soy un rencoroso de los adioses, y un alocado sentir de niño caprichoso. Ergo, la calma de espíritu la voy a entender como la calma que anuncia la tormenta. Quizás he reducido mi pesimismo existencial por estar en sintonía conmigo mismo. No, no es eso. No estoy cumpliendo ni con mis egos, ni con mis pasiones. Por lo tanto, no es que me halle en un remanso de paz del inconsciente. Tampoco es que haya perdido el interés por lo que antes me gustaba. Ocurriéndoseme ahora, ¿no será que la vida misma es una dualidad? Igual que yo soy bipolaridad pura, también la vida puede ser partícipe de la dialéctica, la lucha de contrarios. Quizás a veces la vida desee el reposo del alma, el reposo de las inquietudes, y nos lleve a desarrollar otras facetas de nuestro ser. Y otras veces busque que las llagas de nuestra ánima sangren, supuren, y nos hagan temblar de dolores extrasensoriales, permitiendo que el automatismo humano de la autocompasión y la expresividad sean los que se encarguen de curarlas.
La alienación del vivir es entonces puro estado natural del ser. Es naturaleza, y no rareza. La tristeza es pasajera, el dolor es pasajero, la felicidad es pasajera, y la calma, efímera en su posesión y su falta. Son estados vitales que transcurren eternos e imperecederos, como consecuencia del ciclo cerrado que supone la vida como lucha de contrarios, como dialéctica presocrática.

Y así, hemos de entender que no todo es oscuridad, pues el hombre depende de los designios temporales de la vida. Y así, no debemos acostumbrarnos en la luz, pues la ceguera en la felicidad es la peor forma de caer a plomo, y dolorosamente, en la terca e irremediable tristeza.

Ciclos.