jueves, 26 de enero de 2017

Casualidad como certeza incierta.

Hablemos de la casualidad. La casualidad es ese conjunto de situaciones que nos llevan a nuevas situaciones. Es el motor inmóvil del mundo, el rotor sobre el que gira la existencia. Pues todos nuestros actos son casuales, en el fondo. Cada paso, cada latido, cada molécula que ocupa un lugar son solo probables, no vienen programados. Hay una situación previa que lleva a esta situación, siendo este acontecimiento previo también casual. Por tanto, tenemos que lo único certero de cada situación, de cada acontecimiento, de cada paso, de cada momento, es que nace de la incertidumbre.
Por tanto, no hay nada predestinado, pero que destino tan dulce estar aquí, y ahora, viviendo esta casualidad que es la vida. Las cosas buenas que nos regala el tiempo vienen del movimiento decidido de nuestros azarosos deseos, y de nuestro incontenible hambre de conocer lo que es, ciertamente inescrutable: El tiempo, el futuro, el por qué, el sentido de nuestro destino. Joder, pero no hay nada predestinado. Pues gracias, casualidad, por depararnos lo que el destino no puede, este conjunto de momentos especiales, y esta maravillosa sensación de que hacemos lo que queremos, y no lo que dicta la probabilidad.
Que raro escribir esto. Me contradigo constantemente. Pero se que en la probabilidad está la certeza. El destino es certeza, ocurrirá lo que tenga que ocurrir. A su vez, la casualidad es probabilidad, pasará lo que tenga que pasar. Entonces, las casualidades nos llevarán por el sendero que dicta nuestro destino, pues esta serie de casualidades ha terminado forjando algo que, después de tanto movimiento probabilístico, tiene sentido. Por tanto, ¿por qué no pensar que, en el fondo, la probabilidad no es el típico esquema de árbol que nos enseñaban cuando dábamos esta rama de la estadística en nuestros estudios? ¿Y si el esquema es al revés? Se dan infinitas posibilidades, y, a medida que estas se van concentrando, crean un sendero por el que nos termina conduciendo, siendo cada vez más probables los sucesos que nos ocurren. En este caso, si las probabilidades se aproximan a certezas, renunciando prácticamente a los sucesos improbables, podríamos determinar que la casualidad se convierte en el destino. Joder, este juego mental me fascina. Este par de sinónimos y antónimos es tan disparatado que roza en la locura. Es encontrar aquel punto intermedio, aquel equilibrio entre polos opuestos en ambos extremos a la vez. Este planteamiento alocado me acerca a la creencia de un destino, pero un destino casual, un destino incierto y que se mueve en torno a la probabilidad, una probabilidad total, un probabilidad que es certera.




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