martes, 15 de agosto de 2017

Desmalgastando el tiempo.

Hoy me he puesto al día con unos asuntos que tenía apartados. He pasado de mi lectura exhaustiva de los periódicos deportivos y he depositado mi tiempo en la cuenta de Netflix. Si el tiempo es dinero en Momo, yo estoy forrado en este verano, pues mi reciente esguince de rodilla me ha recordado lo que es tener tiempo libre en demasía. Aunque, pensándolo bien, este año no he tenido más que riqueza de momentos ociosos, y tiempo de observación de musarañas. Así pues, nada mejor que gastar mis ahorros temporales en la lectura, y en descubrir alguna que otra serie de la plataforma online. En la lectura estoy invirtiendo mis ahorros en releer a una auténtica maestra en novela histórica, McCollough, en paz descanse. Después de fundirme el primero de su exitosa saga Señores de Roma, El primer hombre de Roma, ahora me encuentro en la lectura del segundo tomo, La corona de hierba. Aunque después de la muerte en el libro de mi estadista romano favorito, Marco Livio Druso, me ha entrado una especie de depresión por la pérdida de tan admirable personaje, por lo cual tengo que volver a reconciliarme con el libro para seguir su lectura. Hasta entonces, me he refugiado en la visualización de House of Cards, serie que ha encajado en mis entretenimientos como anillo al dedo.
Extrañamente, paso de la adoración ante un romano ejemplar e idealista, al hypeo de un político corrupto, sin escrúpulos, y terriblemente manipulador. Será debido a que ambos representan al ideal de sus diferentes realidades políticas. Por un lado un defensor de la reforma sostenible del Senado hacia la maximización de su rendimiento como motor de la República romana, ateniéndose siempre al mos maiorum, y por el otro a un instigador de las artimañas políticas que busca la gloria interactuando con lobies y con las fragilidades humanas de sus colegas. Tenemos al defensor de la gloria de Roma, y al defensor de la gloria individual. A un Martin Luther King romano, y a un Cayo Julio César americano. A un rey filósofo platoniano, y a un superhombre nietzchiano. Fascinante que destine mi fondo de pensiones de tiempo libre a dos personajes que contrastan tan bien. Fascinante y estimulante.
Me divierte sobremanera ver a Frank Underwood anticiparse a los hechos. Realmente es un un fenómeno. Su gran experiencia e inteligencia le hacen ser un pez más gordo que el propio presidente, pues tiene a su vez una falta de escrúpulos que da escalofríos. Quizás lo que más me divierte es ver como juega con la comida. Quizás más que un pez sea una orca. Los demás personajes que intervienen en la serie me resultan de momento frágiles pececillos a su lado. Exceptuando a su mujer, que es tan brillante, sagaz, fría y analítica como él. Da miedo pensar que pueda existir tal coalición de entes superiores. Ella es incluso más fuerte que Frank, y goza de un porte y una elegancia que la convierten, para mi gusto, en el personaje más intrigante de todos.
Espero fundirme la serie antes del comienzo de las clases, o me temo que tendré que comparecer ante mis profesores y compañeros con las ojeras habituales del yonki del Netflix. Aunque esta semana tengo organizada una partida de mi juego de mesa favorito, República de Roma, donde, sin duda, me parezco más al señor Underwood que al fallecido Marco Livio Druso. La falta de escrúpulos es la especialidad de este jugador al que siempre le dan la facción de los conservadores. Alea eacta est.