domingo, 19 de noviembre de 2017

Inconsciente de hielo

Quisiera que el instante de pasión se convirtiera en lágrima de lava, que quemara así mi cara y demostrase al mundo mi ser interior, negro de soledad, negro de corazón, triste de realidad. La calma del sofoco es la triste armonía de un arpa, es el dar por perdido el día y valorar la confianza, perdida por todos, entre sollozos, al interpretar el pozo de la decepción como foco en la percepción. Atrás hay un pasado, huella fría por momentos, delante un mar con viento y un sentimiento de amor roto, un antojo de mordiente y rememórum de lo que otro día fue correcto y digno de un terco quorum. Mis decisiones dejan la carne como pobre ante la labia, y lamento eternamente alejarme del río Navia, río de lágrimas de mujer, la que lamenta, como yo, el día en tuve que escojer la navaja sobre la horca y las penas sobre la miel, y el estilo desconsolado con el que lleno así el papel.

Y si he mentido y herido a los que algún día me han querido es por el instante del dudócrita y las ganas del olvido. Quise fuerte y con pasión, aún despreciando el afán social, y condenado me he perdido en un triste mar glacial, con más monstruos que queridas y el amor artificial, y la calma del instante es ahora soledad. Querido destino, ramera de este mundo, liberame de este bacilo que infecta el ser profundo y coarta al ser sentido, en favor del inframundo. Saca mis alas, cierra las fauces, alardea de verdades y mata las pulgas malas, sarnosas de fresca carne y alentadoras de la desgana, besa mis labios con rocío y deja de lado las palabras.


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