Si la vida apenas había sido un pozo gris y oscuro para Laura, para Claudia había
sido un sendero de rosas y azahares, un museo de colecciones de momentos
perfectos, vida refinada y gozosas tardes en fiestas de salón.
El detective Arnáu miraba preocupado a su acompañante. No lo entendía, directamente. ¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo la hermana con la mejor vida era la que elegía huir de ella, y la hermana que no había disfrutado de ningún momento de verdadera dicha se aferraba al afán de supervivencia?
El detective Arnáu miraba preocupado a su acompañante. No lo entendía, directamente. ¿Cómo podía ser esto? ¿Cómo la hermana con la mejor vida era la que elegía huir de ella, y la hermana que no había disfrutado de ningún momento de verdadera dicha se aferraba al afán de supervivencia?
El puñal de marfil sobresalía del pecho de la pequeña de las hermanas, en cuyo
rostro no quedaba más que serenidad y una leve mueca. Su hermana, lloraba
desconsolada en el porche de la casa de la difunta. En su mano, mojada y arrugada,
se encontraba la carta de despedida de Claudia, según la cual pasaba a heredar
todo lo que tenía, que, era un buen pedazo, dos casas de playa, y el viejo y elegante
coche de su hermana.
Laura, entre llantos incontrolables, miró la carta una última vez, y la rompió por la
mitad. “Que sea todo para los niños, lo necesitan más que yo”, declaró con voz
lúgubre, e increíblemente firme. Acto seguido, se giró y desapareció de la vista de
los dos incrédulos hombres.
La vida deja a veces situaciones que fuerzan el ideal de felicidad establecido. La
felicidad interior es más importante que la colectiva, y no siempre es más feliz el
que más tiene, sino el que más valora lo que tiene. Laura, acostumbrada a las
penurias, vivía de sus victorias diarias, pequeñas, pero suficientes. En cambio,
Claudia vivía en un mundo donde la felicidad se convirtió en costumbre, en pura
rutina. Arnáu miró con tristeza los trozos mojados de la carta de Claudia, y
entendió que la mujer había perecido en su búsqueda de romper con la rutina, que
se había apoderado de ella como un fantasma de infelicidad, y había arruinado la
vida de una persona acostumbrada a la vida tranquila.
Laura llegó a su casa, con la sombra de la pérdida asomando en su rostro. Entró en
el dormitorio, se enjugó las lágrimas, y tenaz, salió a preparar a sus hijos para la
noticia. hizo la cena, vistió a los niños, y le dejó una nota a su marido, que en breve
llegaría a casa. Ella y los chicos irían al duelo a acompañar a la familia de su
hermana en un momento tan funesto.
El duelo fue triste, y allí se presentó Arnáu a preguntar a parientes por la fallecida.
Ninguno podía entender como se había llegado a esto, y, cuando hubo terminado,
se rindió a la incredulidad. Allí estaba aquel ángel vestido de negro, cuidando de
todos, y prestando ayuda y ánimo a todo aquel que lo necesitaba. En una mano
llevaba a su hija, y en la otra, una bandejita con comida. Su rostro no se inmutó ni
volvió a dejar aparecer aquella sombra, sino que se convirtió en un bastión donde
todos se refugiaban, y en el que se sentían fuertes y queridos.
La vida no se basa en ser siempre feliz. La vida es un paseo lleno de agonías, donde
los picos de felicidad suponen alivio, y son victorias contra la frialdad de un mundo
cruel. Si el mundo en el que existes es siempre de color rosa, ese rosa terminará
siento rutinario y pasando a gris oscuro, y al final, vivirás en medio de nubarrones,
pues vivir en la victoria, hace que sepa a eterna derrota.