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Si bien tomamos como referencia la vida de los demás, la vida más referida es la
de los esclavos. Contextualizamos nuestra vida engrilletada por los prejuicios
y las costumbres, y terminamos pareciendo aquella marabunta de pulgas que
establecía Nietzsche. No hay superhombres en esta selva de cristales teñidos y
lloros de insatisfacción. Solo algunos escapan a los preceptos establecidos
como comunes, y son los locos. O los caricaturizados como tal. Si hay alguien
que se pudiera establecer como ajeno a la locura, por su reconocimiento
póstumo, o como ajenos a la multitud esclava son los artistas, los filósofos,
los pensadores, los estadistas del bien. Son Van Gogh, Platón, Sócrates,
Gandhi. Yo soy una pulga. El resto son pulgas. Los políticos son pulgas, los
plutócratas son pulgas, los mediocres son pulgas, los referentes suelen serlo.
Todas dentro de un circo, dando saltos y creyéndonos que el cielo es el tope, y
el tope es el éter, que no tiene límites. Este éter está fuera de los
prejuicios, dentro de la costumbre, y es lo que los explica, pues si los
identificas, es porque puedes alejarte de ellos algo. Pero estos locos viven en
el éter, y ven toda la realidad. Tienen una imagen total de un mundo
categorizado y estipulado, y ellos ven las reglas intrínsecas, y las controlan,
pues el control nace de la comprensión, y
la comprensión nace del conocimiento, y el conocimiento nace de la
mirada crítica y de la autodidáctica. La autodidáctica, nace del ser, y el ser
nace libre. Y para no caer en preceptos sociales, la mente debe estar hecha de
otra materia. De éter. El librepensador, el hombre sin cadenas nace con el éter
dentro, y no con materia gris. De ahí su locura, su infatigable odio a lo
social, y a lo estructurado. El caos es éter. Pero no el caos provocado, sino
el caos luminoso y blanco del que no ignora su estado de ignorante, y el que
conoce su estado de conocedor. El que no se ata a nada más que a su arte, a su
idea, a su pensamiento acrítico de lo crítico, de su alma insondable y ricamente
pobre. Es el ateo del pensamiento establecido, el midas que convierte en caos
el orden, y ordena su caos en caos positivo. No locos asesinos que irradian
odio a la estructura, y desean verla arder, sino locos que calman su afán
anárquico con su odio a lo social, con su odio a la influencia y a los
organigramas, y que si desean cambiar algo, buscan cambiarlo desde la
inoculación, y no desde la crueldad de la imposición, o desde el convencimiento
por lo falaz y lo personal. Ellos se centran en el cambio autodidacta, desde la
muestra de ideas, y que cada cual saque sus conclusiones de ellas, ellos dan
las lecciones en mil idiomas, pero sin
una piedra roseta que permita interpretarlo de una forma ordenada y certera.
Ellos quieren que sus enseñanzas sean inciertas y lleguen de mil maneras
diferentes a cada individuo, y que ellos desde su enseñanza y mira particular
la interpreten. Ellos no pueden enseñar a bañarse en el éter, pero pueden
conseguir que cada uno de nosotros, los esclavos, bebamos de él, para poder
evadirnos parcialmente de nuestro mundo encorsetado y gris.
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