martes, 19 de febrero de 2019

Soy

Es tan jodido el perderse entre las brumas blancas del opaco existir que me inhibo en el camino de la soledad. No pienso. Lo escribo. Pero es un dictamen de mi mismo hacia fuera. Es exteriorizar lo que soy, sin un pensamiento, una calma, un parón entre el vacuo destino de ser lo que soy. El vacuo destino de no serlo. Estacionar en zonas de rojo devenir, parar en todas las estaciones del año, cambiar en un eterno vaivén de sentimientos. Soy lo que soy por ser un loco corriendo por un parque, besando en una esquina, oliendo a rancia felicidad. Rancia, usada, todos los días sintiendo como un perro con su hueso, salivando con la campana. Bebiendome esos litros de ti, que son un yo oculto en medio de los telares de la muerte. Soy tantas cosas que a la vez soy todo sin serlo. Porque lo divino no es humano, pero adivino mi humo, mi pausado, mi fluir, mi ininteligibilidad. Es un texto corto en el que soy. Llevo tanto siendo que a ratos soy de verdad. Lloro, me pierdo, toco en esa flauta de madera, suenan en mi cabeza un sinfín de seres, una amalgama de colores. Porque soy justo eso, Fausto. Fatuo. Arduo. Me fraguo. Me he perdido tantas veces en lo que soy, que me olvido de lo que soy a ratos. Me he encontrado en esos ratos. Soy esto. Soy. Tristeza que eclosiona en alegría. Alegría que lleva al callejón sin salida. Callejón sin salida con 300 espartanos, y en los pasos de trashumancia del sentirme triste encuentro la ruta para superar las barreras de Grecia. Del mundo sensible, del mundo plausible y palpable. Del enfangado afán de ser afable. Soy. Soy justo eso. Bruma, y en medio, luz. Solo con luz se divisa la bruma.