miércoles, 19 de agosto de 2015

Oscuridad en la oscuridad.

Noches de frío azulado, noches de esas de pesamientos transeúntes. Noches de las que le sirven a uno para abrirse, de corazón. La oscuridad y el silencio ayudan mucho en ocasiones para el autoanálisis. Normalmente son ocasiones acaecidas en periodos de agobio, cansancio, dolor, cólera. Cuando se reflexiona en tales circunstancias, la oscuridad se traslada al alma, impidiéndonos ver nuestro propio pensamiento y sentir. La vida no es esto. La vida es luz. La vida no es noche. Es amanecer. Y ante el dolor del eterno insomnio, solo escribir alivia un poco. Es un poco la morfina del poeta. Es un poco el opio del libre pensador. Pobre de aquellos que curan dando vueltas, y vueltas. Ni un segundo de desahogo, ni un instante sin picor de esencia. Es dificil encontrar una cura a los males nocturnos. Gracias doy o a Thot, o a Itzamná. Este don único del reflejo automático del sentir que he conseguido desarrollar es mi desahogo nocturno, es mi puerta de salida del templo de la angustia. Es mi escalera de huida del pozo de las reflexiones oscuras. De menos te echaba, opio del poeta. Este demente requería de un pinchazo cerebral, de una dosis bien fuerte. Vicio mío, recaeré continuamente para acabar con los bajones. Para acabar con la angustia. Para poder ser yo mismo despues de cada parrafada. Pues las palabras que no escribo, se me pudren dentro, y corrompen mi espíritu. El espíritu de un hombre que intenta ser poeta. El espíritu de un hombre que en la oscuridad, se viste de negro.

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