miércoles, 8 de junio de 2016

Dialéctica como naturaleza.

Últimamente consigo dormirme sin escribir, ni leer. Qué vacío se vuelve todo entonces. No tengo entonces ni mi desahogo de emociones, ni mi interruptor de pensamientos. Quizás no me esté acallando en silencio el dolor. Quizás no necesite algo que desactive mi conciencia. Quizás por fin esté en calma.
Qué aburrido es vivir sin pesares. O que aburridos son mis pesares ahora. No lo sé, ya no soy ese torbellino inmutable de sensaciones, ese terremoto de multiplicidades y dualidades, y dudas. Ahora puede que haya encontrado la madurez de espíritu. Joder, que bonito suena. Madurez de espíritu. Diablos, ni loco. Soy un apasionado de los sinsentidos. Son un vividor frenético de los instantes. Soy un rencoroso de los adioses, y un alocado sentir de niño caprichoso. Ergo, la calma de espíritu la voy a entender como la calma que anuncia la tormenta. Quizás he reducido mi pesimismo existencial por estar en sintonía conmigo mismo. No, no es eso. No estoy cumpliendo ni con mis egos, ni con mis pasiones. Por lo tanto, no es que me halle en un remanso de paz del inconsciente. Tampoco es que haya perdido el interés por lo que antes me gustaba. Ocurriéndoseme ahora, ¿no será que la vida misma es una dualidad? Igual que yo soy bipolaridad pura, también la vida puede ser partícipe de la dialéctica, la lucha de contrarios. Quizás a veces la vida desee el reposo del alma, el reposo de las inquietudes, y nos lleve a desarrollar otras facetas de nuestro ser. Y otras veces busque que las llagas de nuestra ánima sangren, supuren, y nos hagan temblar de dolores extrasensoriales, permitiendo que el automatismo humano de la autocompasión y la expresividad sean los que se encarguen de curarlas.
La alienación del vivir es entonces puro estado natural del ser. Es naturaleza, y no rareza. La tristeza es pasajera, el dolor es pasajero, la felicidad es pasajera, y la calma, efímera en su posesión y su falta. Son estados vitales que transcurren eternos e imperecederos, como consecuencia del ciclo cerrado que supone la vida como lucha de contrarios, como dialéctica presocrática.

Y así, hemos de entender que no todo es oscuridad, pues el hombre depende de los designios temporales de la vida. Y así, no debemos acostumbrarnos en la luz, pues la ceguera en la felicidad es la peor forma de caer a plomo, y dolorosamente, en la terca e irremediable tristeza.

Ciclos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario