Últimamente
consigo dormirme sin escribir, ni leer. Qué vacío se vuelve todo
entonces. No tengo entonces ni mi desahogo de emociones, ni mi
interruptor de pensamientos. Quizás no me esté acallando en
silencio el dolor. Quizás no necesite algo que desactive mi
conciencia. Quizás por fin esté en calma.
Qué
aburrido es vivir sin pesares. O que aburridos son mis pesares ahora.
No lo sé, ya no soy ese torbellino inmutable de sensaciones, ese
terremoto de multiplicidades y dualidades, y dudas. Ahora puede que
haya encontrado la madurez de espíritu. Joder, que bonito suena.
Madurez de espíritu. Diablos, ni loco. Soy un apasionado de los
sinsentidos. Son un vividor frenético de los instantes. Soy un
rencoroso de los adioses, y un alocado sentir de niño caprichoso.
Ergo, la calma de espíritu la voy a entender como la calma que
anuncia la tormenta. Quizás he reducido mi pesimismo existencial por
estar en sintonía conmigo mismo. No, no es eso. No estoy cumpliendo
ni con mis egos, ni con mis pasiones. Por lo tanto, no es que me
halle en un remanso de paz del inconsciente. Tampoco es que haya
perdido el interés por lo que antes me gustaba. Ocurriéndoseme
ahora, ¿no será que la vida misma es una dualidad? Igual que yo soy
bipolaridad pura, también la vida puede ser partícipe de la
dialéctica, la lucha de contrarios. Quizás a veces la vida desee el
reposo del alma, el reposo de las inquietudes, y nos lleve a
desarrollar otras facetas de nuestro ser. Y otras veces busque que
las llagas de nuestra ánima sangren, supuren, y nos hagan temblar de
dolores extrasensoriales, permitiendo que el automatismo humano de la
autocompasión y la expresividad sean los que se encarguen de
curarlas.
La
alienación del vivir es entonces puro estado natural del ser. Es
naturaleza, y no rareza. La tristeza es pasajera, el dolor es
pasajero, la felicidad es pasajera, y la calma, efímera en su
posesión y su falta. Son estados vitales que transcurren eternos e
imperecederos, como consecuencia del ciclo cerrado que supone la vida
como lucha de contrarios, como dialéctica presocrática.
Y
así, hemos de entender que no todo es oscuridad, pues el hombre
depende de los designios temporales de la vida. Y así, no debemos
acostumbrarnos en la luz, pues la ceguera en la felicidad es la peor
forma de caer a plomo, y dolorosamente, en la terca
e irremediable tristeza.
Ciclos.
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