Ni por un momento dudé de que dudaba. Ni por un momento creí en mí. Ni por un momento me
hallé cómodo. Todo ello producto del creciente desánimo que me
producía la situación. Notaba como aquello en lo que sustentaba mi
futuro se caía como castillo de naipes, se derrumbaba presa de la
disconformidad del destino. No era yo quien me había trazado la
vida, sino aquellos que decían querer lo mejor para mi, y solo me
veían como una sombra de su ayer, como una posibilidad de
reconstruir aquello que hicieron cenizas en su juventud, y que eran,
por entonces, sus sueños. No me desean lo mejor. Me desean lo mejor
para sí mismos. No comprenden que su error es suyo, que yo no soy el
replay de su vida, que no puedo salvarles de su decepción. He
crecido queriendo ser algo que no soy, con unas expectativas que
incluso yo creía que eran mías. Y no, son de esas personas, que
deseaban volver atrás, y rehacer lo deshecho, vencer al tiempo, y
vengarse de aquello contra lo que tanto imprecaron por arruinar sus
sueños. No somos monos de imitación, ni una segunda oportunidad.
Somos únicos e incomparables, más de lo que creen, y, por desgracia
para ellos, terriblemente independientes. Ya lo dijo Sartre, estamos
condenados a decidir por nosotros mismos. Luego, intenta al menos
decidir algo que te haga mínimamente feliz, por encima de algo que
haga feliz a los otros. Porque ellos serán felices con tu felicidad.
Pero creen que la felicidad es común a todos lo seres. Y la
felicidad es tan individual como el sentir, es tan única como un
amigo, una conversación, o un beso. Vive conforme a tus reglas, no
buscando agradar. Ello solo te llevará a no realizarte, y
estancarte en algo que no eres, ni serás. Serás eterna utopía de
felicidad.
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