viernes, 8 de julio de 2016

El favor de existir.

Capítulo uno del sentido de vivir. Resumen: Nada. Pero no un nada constrictor, cerrado y lúgubre. Más bien un nada abierto y complot del escándalo de la existencia. Un nada de esos que duelen más por ser un punto y seguido. Un nada de esos que abren más caminos que un todo. Un nada de esos que no desvanece ni la noche, de la razón o de las creencias. Ayer caminé descalzo y mejor eso que un coche. Me mojé, cierto, pero eso solo le importa al que no valora la riqueza de los dolores. Hay más vitalidad en el cruel desenfreno del insensible masoquista, que en el inmóvil comodón de los bajos y turbulentos deseos primarios. Qué bien se me da ser de los segundos, o eso me susurraron ayer las serpientes de la autocompasión. Vaya, algo hay en el sentido de vivir por tanto. En esta última crítica a las almas de los temerosos se refleja algo. ¿El sentido de la vida es evitar el inmovilismo, entonces? Físicamente, esa barrera inmovilística no existe. En esos carros de hierro de tracción humana he visto más vivir que en muchos deportistas. ¿Inmovilismo de mente, quizás? Muchos individuos con una inteligencia diferente a la que entendemos como preferente he visto yo con el motor inmóvil(¡Mira por donde!) que es la vida en sus rostros. El alma quieta y sedentaria puede que sea la puerta a la pérdida del sentido de vivir. El fanático, el alevoso, sabe más de la vida que el frío ateo monótono schopenhaueriano. Aunque no es este el caso del desvivir. Pues al menos Schopenhauer mostró y expresó su curiosidad por la existencia, pese a que la interpretase como destructiva en ultima instancia. Es la persona sin alma inquieta el que pierde su naturaleza de ser vivo. El que cierra la puerta a la aceptación del favor del existir.

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