viernes, 8 de julio de 2016

Somos todo. Somos nada.

A menudo morimos en el camino. Somos solo eso, almas. Pero el muro del sentir se tumba entre lloros. Se rompe con hacer de herrero. Se rompe con codos y sangre, tarde más tarde, noche más noche, ayeres enterrados entre lúgubres y famtasmales paredes de olvido. Mierda, somos todo. Somos nada. Somos el escaso y precario vivir del hechicero de la pobredumbre. Somos un sinsentido vital, somos un todo desestructurado, y manchado como el desnudo de los cobardes. Carne, huesos, y un aura inhumana. Somos contradicción, acaso un ridículo existencial. Dios no crea estatuillas de cera, creó almas ajenas. Contrató al peor de los artesanos, o acaso al más impersonal de ellos. Puso entre las estrellas y los océanos un raudal de puta estupidez y genialidad. Mierda, repito, somos todo. Somos nada. Caer es la muerte, levantarse es el castigo. Creyentes del puto azar, fanáticos de la exactitud. Contradicción, dudas, y dolor en medio de un mar de principios y convenciones férreos, de dogmas. Entre los ríos y los volcanes. Hombres de barro, arcilla y aire. Eso creo el artesano. Un más que posible que, un imposible claro, un romper cadenas, un morir atados y felices. Un múltiple y único ser, que puede ser y no ser, o simplemente un llorar y un esperar eterno. Estatuas o auras.

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