jueves, 19 de marzo de 2015

Viaje hacia El Edén.

Retornar a la brisa y la actividad de la costa es ahora mismo mi único deseo. Por cada metro que desciendo camino a mi pueblo adoptivo, aumenta mi ritmo cardiaco en una pulsación, y se me ensancha más la sonrisa. Solo deseo llegar. No deseo marchar. Deseo quedarme en mi paraíso, atravesar ya este istmo que separa mi pueblo natal de montaña, y mi mundo y ecosistema costero favorito. El retorno a casa. El regreso al sitio que considero mi hogar, y en el que más me he logrado desarrollar como persona.

Solo lamento no ser capaz de aunar en este idílico lugar los placeres y el trabajo. Pero quizás en ello resida su encanto, en lo efímero de mis tránsitos por él. Y es que no podría soportar el invierno en mi “hortus amoenus” personal, ya que, al igual que yo, mis amigos se alejan de este foco de actividad juvenil para poder retomar sus estudios con una dedicación plena. Sea como fuere, el deseo de llegar por fin a la costa me va ocupando ya el pecho. Tres semanas de calma. Tres semanas de amistad. Tres semanas de olvidar penas, y recuperar fuerzas. Verano, ya estás cerca. Solo permíteme acabar bien, y poder encontrarme con mis amigos en nuestro lugar de reunión, entre las olas, los bares, y los largos días tras el solsticio de verano.


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